La palabra “soloprendedor” que se incluye en el título de este artículo es una castellanización de la angloamericana Solopreneur (entiendo que inventada, hasta donde yo sé, por el autor del libro “The solopreneur life”, Larry Keltto) y se refiere a las personas que se lanzan a una actividad profesional en solitario.
El término no está referido esencialmente a freelances, aunque los incluye también, sino a los que facturan su actividad productiva directamente al cliente receptor del bien o servicio, sin intermediarios. Aclaro que solo he visto el concepto “castellanizado”, googleando y encontrándolo en un artículo del blog “Un negocio tuyo”. Ni mucho menos me quiero apropiar de la paternidad de este, solo reflejarlo.
En Estados Unidos la figura descrita es usual. En el blog fundado por Keltto, thesolopreneurlife.com, (posteriormente adquirido por Gregory Rouse, actual propietario), comentaba que en 2010 más de ¡veinte millones! de norteamericanos cumplían la condición anteriormente citada. El término a nivel popular es algo menos conocido, aunque Keltto comentaba en ese primer blog que estaba orgulloso porque un hashtag que puso en marcha en Twitter (#solopreneurs), empezó a recibir tuits con spam y por tanto dedujo que eso era todo un reconocimiento de la sociedad hacia quienes emprenden en solitario.
Lo que parece claro, deduciéndolo asimismo de esa enorme cantidad de personas es que tienen un sensible impacto en la economía estadounidense, tanto en el producto interior como en el “maquillaje” de las cifras de desempleo. Y parece, investigando un poco, que esa es la causa primera del aumento exponencial en los últimos veinte años de esta nueva “figura”. Las sucesivas crisis en Estados Unidos han dejado un reguero de desempleados, muchos de los cuales han optado por la vía de dedicarse a buscarse la hamburguesa en solitario (¿Os suena la música, amigos autónomos?).
A nadie se le escapan los paralelismos con el caso de España. Desconozco la cifra en este caso de soloprendedores españoles, pero debe de ser manifiestamente elevada. Recordemos que, con datos en la mano, más del 80% de las empresas en España, bastante antes de la crisis incluso, tienen entre 1 y 3 trabajadores. Este es un país de microempresas y, por lo que deduzco aplicando la lógica, de soloprendedores. Obviamente eso quiere decir que la actividad económica española, su producto interior bruto, descansa en gran parte en lo que ellos producen.
La soledad, principal problema del ‘soloprendedor’
Aparte de lo que se nos viene a todos a la cabeza en relación con la importancia, tratamiento y consideración que, a partir de ese hecho han concedido los sucesivos gobiernos del estado central y de los autonómicos (aquí no se libra nadie) a los soloprendedores de este país, convirtiéndolos en la “teta de la vaca” exprimida hasta la saciedad e ignorándolos frecuentemente a la hora de repartir alegrías en forma de ayudas, su principal problema (al igual que en cualquier parte del mundo), es precisamente la soledad.
Soledad no entendida específicamente como generadora de conflicto mental o emocional (aunque muchas veces, más de las que parece y lo he podido comprobar por mi trabajo de coaching esté presente), sino también como la imposibilidad en muchos casos de generar nuevas ideas que reemplacen a las que ya nos sirven, por supuesto a contrastar su idoneidad, oportunidad o validez y por encima de todo, cargar al cien por cien con la responsabilidad de las decisiones, que se deben tomar por necesidad, incluso a sabiendas que no hemos podido considerar todos los puntos de vista posibles y, por lo tanto, probablemente no cumplan la característica de objetividad que imprime una decisión tomada en el seno de un grupo de trabajo o de una organización.
Bajo mi punto de vista, buscar sinergias con otros soloprendedores, fomentar el networking, participar del asociacionismo, acudir a eventos sean o no sectoriales, participar en foros o redes de intereses tanto horizontales como verticales y, en suma, cualquier modo de comunicación multidireccional con profesionales en esta misma situación, se hace necesario para evitar muchos de los males que antes hemos indicado (además del puramente emocional de sentirse solo a veces en la tarea). Siempre existirá, no obstante, el instante de la decisión, el momento de la verdad, después de la imprescindible “autoreunión” con cada uno, que se debe afrontar en solitario.
En ese sentido y a partir de mi experiencia con emprendedores, el trabajo de Coaching genera espacios nuevos, distintos, para la reflexión y el planteamiento de nuevas realidades a partir de las propias experiencias, actitudes y capacidades personales. Es un aprendizaje en el que la persona y no el coach es el protagonista, en el que prima la búsqueda de fórmulas efectivas que permitan abordar dilemas desde cualquier punto de vista, desterrar bloqueos y limitaciones y adquirir la capacidad para crear y poner en marcha planes de acción concretos que permitan lograr objetivos precisos.
Desde ese punto de vista, el coach se hace un compañero de viaje excelente para el soloprendedor, puesto que proporciona esa nueva habilidad de “trabajar con uno mismo” en la búsqueda de soluciones e ideas y en su puesta en marcha con los conceptos de excelencia, eficacia y generación de confianza”. Conceptos que el soloprendedor no puede dejar de lado porque constituyen su tarjeta de visita profesional.
Se trata, en suma, de adquirir nuevas habilidades, nuevas destrezas y herramientas para adaptarse y desarrollar eficazmente un nuevo concepto de trabajo en el que, por cierto, grandes fortunas y nombres han empezado, el de soloprendedor. Y, además, lidiar con los inevitables conflictos emocionales con la soledad, la gran enemiga de la motivación y la serenidad que debe tener quien se dedica a una actividad económica en solitario.