Cada vez que escucho quejarse a un miembro de la industria del cine o del libro sale el niño que llevo dentro y comienzo a gritar ¡me aburrooo! Se trata de dos de los sectores menos innovadores en las últimas décadas desde el punto de vista de la tecnología, y que fundamentan sus desgracias en echar la culpa a los demás, bien sea el IVA o que la gente no lee. Pero autocrítica e innovación, poquita.
En cuanto al citado impuesto creo que hay mucha demagogia en tono al mismo. La diferencia entre un tipo impositivo reducido y uno del 21% en una entrada de 6 euros la encarece en 84 céntimos. No creo que sea un condicionante para no ir al cine en la mayoría de los casos, una buena excusa sí, habida cuenta de que luego el público compra palomitas y golosinas con gran avidez.
Sus modelos de negocio se han quedado a mediados del siglo XX y pretenden que los consumidores se sigan amoldando a ellos en plena era de disrupciones tecnológicas. Las consecuencias son evidentes en el caso del cine español con cientos, sino miles, de salas cerradas en España en los últimos 10 o 15 años, con un porcentaje mínimo de actores españoles que pueden vivir de su profesión (alrededor del 8%) y al albur de que Santiago Segura haga “un Torrente” o suene la flauta por casualidad para un «Ocho apellidos vascos” y se pueda hablar de un buen año en términos de industria.
El año pasado finalizó con 109 millones de euros logrados en taquilla y 18 millones de espectadores, es decir, una cuota de mercado del 18%. El resto, menos una pequeña parte, fue para las producciones venidas de Estados Unidos hasta completar los 601 millones de recaudación totales y los más de 100 millones de espectadores.
En la actualidad todos los sectores están innovando de una forma increíble, llevando sus industrias a límites increíbles y experimentando con cuestiones que en muchos casos parecen inverosímiles pero que ya son reales. Una casa que se construye en 24 horas con una impresora 3D, drones de usar y tirar, aviones que se impulsan son el sol, coches autónomos, tecnología de última generación en conciertos de U2, en representaciones de ópera o teatrales de Shakespeare para que los espectadores tengan una mejor experiencia, exoesqueletos, robótica y así una larga lista.
La falta de visión del cine español
Esta visión de futuro es lo que le falta al cine patrio tras el poco éxito del 3D. Lo que no ha entendido esta industria, al contrario que en Estados Unidos, es que el público visiona contenidos audiovisuales en plataformas de pago como Movistar TV y otras que existen en el mercado, bajo demanda y en cualquier lugar, que puede ser en casa en una gran televisión, en la playa con la tablet o en el móvil debajo de un pino. Esa es la experiencia que quiere el cliente actual y por la cual está dispuesto a pagar un mínimo razonable, una tarifa plana que además contribuye a evitar la piratería, y unos extras por estrenos y servicios Premium.
Ante este cambio radical en la forma de consumir contenido audiovisual el primero en adaptarse gana como industria. Aunque el modelo no se ha generalizado, Netflix ya ha estrenado en Estados Unidos en alguna ocasión sus películas en los cines y al mismo tiempo en su plataforma de pago, y todo indica que este es el modelo que terminará por imponerse. Tanto esta empresa como otras que operan en ese país estrenaran primero en los cines y horas después en televisión. Fin al sacrosanto espacio del cine como lugar de culto y referencia de estreno como consecuencia de los nuevos hábitos de consumo y la multipantalla.
Es por este motivo que la industria del cine de EE.UU. está trabajando con estas grandes corporaciones televisivas y son legión los directores y actores que trabajan para ellas realizando series que alcanzan cuotas millonarias de audiencia. Aquí, mientras tanto, el cine español se empeña en hacer “galas Goya” para decirse los unos a los otros los buenos que son, en lugar de conectar con unos espectadores que les han abandonado y luchar por aumentar esa ridícula tasa del 18% al niveles de industria que genere riqueza.
Por si fuera poco, los hogares se han convertido en centros de ocio dotados con varias televisiones, probablemente un canal de pago, ordenadores, video consolas, varios móviles, tabletas, etc., de tal manera que el ocio ha involucionado y se ha quedado en las casas, que no necesariamente en familia, aunque esa es otra cuestión.
El formato digital del libro está por explotar
Por lo que respecta al libro su mayor innovación ha sido pasar a soporte digital, que no es para volverse locos desde el punto de vista digital por su complejidad, pero sí que ha abierto un debate interesante sobre el futuro del papel o el tipo de soporte que se prefiere, aunque este formato está por explotar en cuanto a discurso narrativo e interacción con él gracias a las nuevas tecnologías: realidad aumentada en la lectura o incorporación del vídeo en algunos pasajes son posibilidades en las que ya se trabajan. Los lectores tradiciones de papel que ahora mismo sienten taquicardias se pueden sentar, respirar hondo o ir a beber agua (o las tres cosas a la vez).
La tendencia de ambos soportes mundialmente es a acercarse de forma lenta como señala el informe de la ONTSI sobre el sector de los Contenidos Digitales en 2016, aunque falta bastante para que se alcancen. El año pasado las ventas en papel casi triplicaron a las digitales, que no obstante ya suponen un volumen de negocio de 1.800 millones de euros, una cifra muy respetable, considerando además que los precios de los ebooks son mucho más baratos que los de papel, uno de sus éxitos junto a las tarifas planas de consumo, además de que su índice de lectura es mayor.
Este dato, muy importante para la industria, se conoce ya que todo lo digital se puede medir y se ha constatado la tendencia de que los usuarios de este tipo de soportes leen más y por completo los libros. Esto nos lleva a una pregunta bien interesante, ¿cuántos libros en papel se regalan y no se leen? Puesto que estoy enfocando el artículo en términos de industria y de ventas no me importa mucho, pero se puede reflexionar sobre el uso social del libro en papel, aspecto que apenas tiene el digital.
Este sí que es un modelo que ha llevado a las plataformas digitales a una parte de lectores “pata negra”, que ahora pueden disfrutar por algo más de 9 euros al mes de una cantidad ingente de lectura. Así por ejemplo, Nubico, Amazon, 24Symbols o Skoobe ofrecen un abanico que va desde los 8.500 títulos a los 700.000, todos de forma legal por si algún lector despistado tiene dudas. Detrás de estas plataformas hay operadores importantes que conocen muy bien el sector del libro como el Grupo Planeta, Ediciones B, Ediciones Roca, Anagrama y Santillana, además de otros actores del mundo digital como Telefónica.
En 2016, según un informe de la ONTSI, el sector del libro digital en España facturó 282 millones de euros, lo que me sugiere dos consideraciones. Primera, que es casi la mitad que lo facturó la totalidad del cine en nuestro país (601 millones) y el casi el triple que las películas españolas (109 millones). Segundo, que se lee bastante más de lo que parece en este soporte.